No te cuento

Jugamos a contar historias

La última lágrima

El ciclo se había completado. Fue en el mismo parque donde nos besamos por primera vez. Luana me había llamado dos horas antes y me invitó a encontrarla allí. Tuve un ataque de miedo. Hacía ya unas semanas que nuestra relación iba mal, pero yo tenía esperanzas de que fuera solo una crisis y que todo terminaría bien.

Todo terminó en el parque.

Yo estaba en el bus pero no recordaba como había llegado allí. Los recuerdos de los últimos veinte minutos se mezclaban con los de los últimos veinte meses. Intenté esconder mis ojos rojos mirando hacia la ventana pero parecía que todos me observaban.

Ingresé a casa como un rayo. Subí a mi cuarto sin hablar con nadie y cerré la puerta. Tiré al piso los sostenes y cuadernos que estaban en la cama y enterré la cara en la almohada. La cascada de lágrimas vino acompañada de hipos interminables.

Llevé dos días fingiendo que no tenía ningún problema. Pero en el tercer día ya no pude hacerlo más: llamé a mi mejor amiga y la invité a venir a mi casa. Combatimos el problema de la forma más cliché posible: películas románticas, popcorn, chocolate y pañuelos. Entre lloros y risas, me sentí mucho mejor.

Mi mamá vino a mi cuarto apenas se había ido mi amiga. Intentó consolarme sin hablar del tema, no mencionó a Luana ninguna vez. No me trató como a un cachorrito desamparado sino con un aire severo, me dijo que tenía que estudiar más y que necesitaba levantarme temprano el siguiente día. Pero sus ojos la traicionaban: tenía ganas de abrazarme y decirme que todo estaría bien. Se fue advirtiéndome que tenía que arreglar el cuarto y dormir.

Tan pronto había ordenado la habitación encontré la cajita en el armario. La abrí con la mano temblando. Había veinte meses de buenos recuerdos allí. Derramé mi última lágrima a Luana y cerré la arca. Nunca más la abriría otra vez.

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